LOS TRES MOSQUETEROS (1948)


LOS TRES MOSQUETEROS. Título original: The Three Musketeers. Año 1948. País: Estados Unidos. Director: George Sidney.Intérpretes: Gene Kelly (D'Artagnan), Lana Turner (Milady de Winter), June Allyson (Constance Bonacieux), Vincent Price (Cardenal Richelieu), Van Heflin (Athos), Gig Young (Porthos), Robert Coote (Aramis), Keenan Wynn (Planchet), Angela Lansbury (Ana de Austria), Ian Keith (Rochefort), Frank Morgan (Luis XIII), John Sutton (Duque de Buckingham), Reginald Owen (Señor de Treville), Patricia Medina (Kitty), Richard Stapley (Albert), Kirk Alyn. Guión; Robert Ardrey (Novela: Alejandro Dumas). Fotografía: Robert Planck (Technicolor). Música: Herbert Stothart. Productora: Metro-Goldwyn-Mayer (MGM), duración 128 minutos. Aventuras. Acción | Drama romántico. Siglo XVII. Capa y espada

El padre literario de los famosos mosqueteros no fue Alejandro Dumas, sino Gatien de Courtilz de Sandras (1644 – 1712), un mosquetero compañero de D'Artagnan, sí, ese personaje existió en la vida real. Muchas narraciones que aparecen en las películas antes citadas no fueron ninguna invención, la Francia descrita era real. La corte de Luis XIII y Luis XIV, el rey Sol, era un hervidero de intrigas. Existió el hombre de la máscara de hiero encerrado en la Bastilla, todo un enigma que aún no se ha resuelto.
Gatien era un hombre inquieto, escribía panfletos contra la gente que gobernaba en aquel tiempo. El ambicioso Richelieu, menudo elemento, siempre provocando líos mientras la gente pasaba hambre. No es de extrañar que a finales del siglo XVIII las gentes se echaran a las calles y estallara la famosa Revolución francesa que llevó a esos nobles al cadalso.
Charles de Batz-Castelmore, conde de Artagnan (c. 1611–1673) fue un capitán de la guardia de mosqueteros de Luis XIV de Francia, que murió en el sitio de Mastrique el 25 de junio de 1673, durante la llamada Guerra Franco-Holandesa (1672-1678). Fue hijo de Bertrand de Batz y Françoise de Montesquiou, nobles de la región de Gascuña, Francia. Gatien de Courtilz de Sandras, un ex mosquetero y posterior ensayista, escribió un libro sobre su vida llamado las “Mémoires de Monsieur d'Artagnan, capitaine lieutenant de la première compagnie des Mousquetaires du Roi” ("Memorias del señor D'Artagnan, teniente capitán de la primera compañía de los Mosqueteros del Rey"), publicado en 1700, que sirvió posteriormente a Alexandre Dumas como base de su novela Los tres mosqueteros en 1844.
En las Mémoires de M. d'Artagnan (1700) se describía con contundencia las intrigas palaciegas y las andanzas de sus compañeros ya famosos como D'Artagnan. Nunca se cita esta novela pero en ella está todo lo que tanto hemos disfrutado durante años.
Novela que cayó en el olvido Un escritor llamado Auguste Maquet, nacido en 1813, año de la debacle napoleónica en España, se encontró un ejemplar en una librería de viejo hacia 1843 aproximadamente y quedó cautivado por su lectura. Maquet, un autor olvidado, trabajaba para Alejandro Dumas como "negro", escritor anónimo que escribe para otros. En fin. Dumas se interesó y ambos comenzaron la redacción de las famosas aventuras que esta vez sí pasaron a la historia de la literatura.
El simplismo ha motivado que injustamente se olvide a los verdaderos padres de la criatura, pero estas aventuras son en la actualidad leyenda.
El éxito de Los tres mosqueteros provocó dos continuaciones, 20 años después y El vizconde de Bragelonne. Esta última novela no acababa de convencer y los editores pidieron a Maquet que escribiera unas nuevas aventuras de los famosos mosqueteros pero un poco harto del tema, los mató en la misma para que no pudieran tener continuación.
El hombre de la máscara de hierro fue creación exclusiva de Auguste Maquet, no de Dumas aunque este firmara su publicación.
Aunque el "genial" Dumas ninguneara a Maquet y le despreciara, el azar provocó que aquel muriera pobre y este rico. Alejandro Dumas ha pasado a la historia de la literatura pero siempre con una leyenda negra a su alrededor.


A finales del siglo XIX, ni Maquet ni Dumas lo vieron, pero los hermanos Lumiere presentaron su famoso invento, el cinematógrafo, y poco podían sospechar los mencionados autores que iba a difundir su obra hasta los lugares más recónditos del planeta. Aparecieron en el silente varias adaptaciones cinematográficas, pero para mi gusto las mejores fueron las de Douglas Fairbanks.
En 1921, bajo la dirección de Fred Niblo, apareció una de las mejores adaptaciones cinematográficas de todos los tiempos, Los tres mosqueteros.
Max Linder hizo una parodia excelente, El mosquetero estrecho (The Three Must-Get-Theres, 1922) rodada en Estados Unidos curiosamente, pero eso es ya otra historia.
La versión de Fairbanks es toda una joya. Una perfecta reconstrucción en estudios la Francia del siglo XVII, la del perverso Richelieu, de todas sus intrigas y mezquindad, pero también de una época en la que la vida humana tenía muy poco valor y en donde se moría por cualquier insignificancia. La película tiene un ritmo trepidante y Fairbanks luce todas sus acrobacias. Oportunamente elimina el final amargo de la novela de Dumas y Maquet que finaliza con el asesinato de Constanza, la novia de d'Artagan, en manos de Milady, pero fue una decisión oportuna como veremos después.
El éxito fue abrumador y Fairbanks era el rey del cine de aventuras hasta que a finales de la década de los 20 aparecieran los talkies, las películas habladas y el cine mudo llegaba a su fin.
La máscara de hierro (The Iron Mask, 1929), dirigida por Allan Dwan, era la despedida de Fairbanks del cine mudo que le había encumbrado y fin de todo un mundo, una época. La película tiene dos versiones, la muda que se vio en TVE con escenas teñidas y la sonorizada con efectos de sonido, un par de escenas habladas por el propio Fairbanks (a quién por primera vez podíamos oír su voz) y estaba narrada por el hijo del protagonista, el luego afamado Douglas Fairbanks jr.
Es una película nostálgica sobre el fin de una época en donde los mosqueteros viven su última aventura, reuniéndose después de una larga separación para encontrar la muerte en épica lucha para restablecer en el trono al legítimo rey de Francia.
Era la primera (y última vez) que Fairbanks moría en una película, era un emocionado adiós a toda una época. En el cielo aparecen los fantasmas de sus antiguos compañeros Athos, Porthos y Aramis que le llaman para que se vaya con ellos y los cuatro animados y contentos se dirigen todos alegres hacia el infinito.
Curiosamente quien no está en la alegre compañía es Constanza. El final escamoteado en la anterior versión tiene lugar al principio de esta película porque la camarera de la reina descubre que ésta tiene dos gemelos y Milady la asesina para silenciarla.
El desarrollo del tema de la máscara es distinto que en el resto de las versiones, aquí el doble es protegido por los enemigos de la corona que planean un golpe de estado cambiando al monarca y encerrándolo en una mazmorra con la famosa máscara de hierro.
En otras versiones, el prisionero es el gemelo quien lleva la máscara desconociendo los motivos de su emprisionamiento. El rey Luis XIV es presentado como un déspota, los mosqueteros rescatan al prisionero y sustituyen al monarca por el desafortunado hermano.
La versión de Fairbanks tiene ese punto de nostalgia, de adiós emocionado y de tristeza. Todo un canto a un mundo que desaparece, al de los mosqueteros pero en realidad es el cine mudo quien se deshace en el recuerdo por la irrupción del sonoro que a partir de entonces imperaría en las pantallas de todo el mundo.


Rodada en los siguientes lugares: Backlot, Metro-Goldwyn-Mayer Studios; Busch Gardens, Corriganville; Ray Corrigan Ranch, Simi Valley, California; European Street, Metro-Goldwyn-Mayer Studios; Monterey, California; Rowland V. Lee Ranch - Fallbrook Avenue, Canoga Park, Los Angeles, California, la versión de George Sidney es probablemente la mejor versión jamás rodada de las aventuras de D'Artagnan y sus tres amigos mosqueteros.
Probablemente estos personajes sean unos de los más filmados de toda la historia del cine tanto en versiones francesas como estadounidenses, incluso de otros países como la versión cómica de Cantinflas, pero nunca se había conseguido tan alto nivel de calidad como la rodada por la productora del león, la Metro, que en su día y en casi todas las historias del cine fue calificada como un “musical sin canciones” por el ritmo frenético de sus imágenes. Las versiones posteriores no le llegan a la suela de los zapatos empezando por las versiones dirigidas por Richard Lester, aunque contengan numerosas virtudes, y las desafortunadas que le siguieron:  la de 1993 de Stephen Herek y la reciente de Paul W.S. Anderson son auténticos bodrios.
Parece mentira que a pesar del espectacular avance de la técnica de los efectos especiales y de la calidad fotográfica nadie haya sido capaz de igual ni siquiera la décima parte de lo conseguido por Sidney en este frenético film de capa, espada y adarga.
En Cantando bajo la lluvia se rinde un homenaje a esta cinta, incluyendo algunas escenas en la secuencia del pase de películas de Don Lockwood (el propio Kelly) y Lina Lamont (Jean Hagen). La búsqueda del reparto fue muy compleja, Constance fue ofrecido a la joven Deborah Kerr que hubiera estado sensacional en el papel, pero June Allyson finalmente triunfó. La elección de Gene Kelly fue una sorpresa. En realidad una elección muy arriesgada porque es notoria la costumbre de encasillar a los actores o a cualquier profesional del cine en una labor determinada y no se le admite en otro cometido. Pero la elección de Kelly era muy acertada porque el papel requiere grandes dotes acrobáticas como la tuvieron en el mudo Douglas Fairbanks y Buster Keaton, un bailarín como el protagonista de grandes musicales era todo un superdotado en la época y sus proezas causaron verdadero asombro y aún lo causan en la actualidad.
Lana Turner y June Allyson, las dos intérpretes femeninas, en sus papeles de villana y bondadosa dama están perfectas así como Angela Lansbury, la todoterreno actriz, como la reina española Ana de Austria que le pone los cuernos al ridículo monarca Luis XIII (fantástico Frank Morgan). Vincent Price borda su papel de malvado cardenal Richelieu y Keenan Wynnes un impagable Planchet al que, como siempre, le da un aire cómico.
Los demás mosqueteros están atinados: Gig Young, en un papel poco habitual en su filmografía, idem para Robbert Coote y el gran Van Heflin como el atormentado Athos, el Conde de La Fère y marido de la pérfida Anne de Breuil, más conocida como Milady de Winter (Lana Turner). Resulta significativo que por regla general los papeles de Athos y Milady vayan hacia actores de gran calidad y no es de extrañar porque requieren numerosos matices.
Los personajes, creados por Gatien de Courtilz de Sandras (y que Alejandro Dumas copió en su famosa novela), reflejan aquella loca Francia del esplendor de un rey inepto y de un primer ministro impopular, odiado, pero de gran talento como Richelieu. Armand-Jean du Plessis (París, 9 de septiembre de 1585 – ibídem, 4 de diciembre de 1642), cardenal-duque de Richelieu, duque de Fronsac y par de Francia. Cardenal, noble y hombre de estado francés. Sería interesante revisar alguna película centrada en su personaje y no que le tenga como villano pérfido como es el caso.
Por lo que respecta a los famosos mosqueteros, son personajes fanfarrones y pendencieros, fieles al rey pero tapan un caso de infidelidad de la reina. Constance le hace de alcahueta incluso. Sin embargo pese a sus numerosos abusos tienen ese punto de nobleza que les redime de todos sus defectos. En La máscara de hierro abandonan ya en la madurez sus cómodas vidas  para enfrentarse con la muerte en una aventura final.
La dirección artística es perfecta y su glorioso Technicolor chillón resulta llamativo y atractivo. El estilo folletinesco de la narración de Alejandro Dumas y sus “negros” como Auguste Maquet está bien conseguido porque la película no decae ni un segundo, te mantiene en vilo desde el primer hasta el último fotograma. Dumas sabía crear historias, aunque copiadas de otros autores, como el visceral Gatien que hubiera caído en el olvido si su novela no hubiera sido “adaptada” por decirlo de algún modo. El talento del famoso escrito radica en crear historias que te mantienen en vilo, que saben captar la atención del lector que se ve incapaz de cerrar el libro que lee y que devora la obra con verdadera ansiedad. Hacía falta un realizador de gran talento como George Sidney con gran soltura y sentido del ritmo. Un director de éxito que entonces estaba muy bien considerado en la Metro.
Su versión de Los tres mosqueteros es todo un clásico, un modelo a seguir, y hasta la fecha es capaz de derrotar a producciones recientes rodadas en 3D y espectaculares efectos visuales que nada pueden con su talento.
¿Al fin y al cabo los mejores efectos especiales no son un buen guión y una narración fluida y firme? El sentido del ritmo de Sidney es magistral y le considero un cineasta a reivindicar.

Salvador Sáinz