LAS MIL Y UNA NOCHES (1974)


LAS MIL Y UNA NOCHES. Título original: Il fiore delle mille e una notte. Año 1974. País: Italia. Dirección: Pier Paolo Pasolini. Reparto: Ninetto Davoli, Franco Merli, Ines Pellegrini, Franco Citti, Tessa Bouche, Margaret Clementi, Francelise Noel, Ali Abdulla, Christian Aligny, Francesco Paolo Governale, Abadit Ghidei, Giana Idris, Alberto Argentino, Salvatore Sapienza, Fessazion Gherentiel. Guión: Pier Paolo Pasolini. Música: Ennio Morricone. Fotografía: Giuseppe Ruzzolini.Coproducción Italia-Francia; PEA / Les Productions Artistes Associés. Duración 129 minutos.
Palmarés: 1974: Festival de Cannes: Gran Premio del Jurado

Esta es la penúltima película de Pasolini, un director italiano muy controvertido por su estilo visual al que algunos estudiosos califican de “poético” pero otros le consideran un cineasta obsoleto fruto de una época en la que estaba de moda buscar la transgresión. Así en esta famosa trilogía de la vida, El Decamerón, Los cuentos de Canterbury y ésta, Las mil y una noches, Pasolini quiere dejar libe los sentidos realizando tres filmes de corte erótico que en su día fueron famosos pero que en la actualidad se ven muy desfasados.
Las mil y una noches es una célebre recopilación de cuentos árabes del Oriente Medio medieval que utiliza la técnica del relato enmarcado. El núcleo de estas historias está formado por un antiguo libro persa llamado Hazâr afsâna (‘los mil mitos’). El compilador y traductor de estas historias al árabe es, supuestamente, el cuentista Abu abd-Allah Muhammed el-Gahshigar, que vivió en el siglo IX. La historia principal sobre Scheherezade, que sirve de marco a los demás relatos, parece haber sido agregada en el siglo XIV. La primera compilación arábiga moderna, elaborada con materiales egipcios, se publicó en El Cairo en 1835.
A pesar de que son considerados cuentos para niños (Alí Babá, Aladino, Simbad) en realidad muchos relatos son más bien adultos y algunos son de corte erótico como pretende demostrar Pasolini en esta película. En los noventa Juan Piquer Simón intentó llevar al cine estos relatos tal como son, pero no encontró financiación.
La película que nos ocupa en su día tuvo éxito pero no gustó demasiado. Es habitual que el cineasta italiano utilice actores aficionados o no profesionales para sus películas, así durante dos horas vemos un desfile de rostros inexpresivos de unos actores y actrices que no paran de reírse durante la proyección.
Carente de ritmo, esta cinta no consigue apasionar. Pasolini se contenta con ver cuerpos desnudos, sobretodo de chico ya que como es sabido era homosexual y  fija su atención preferentemente en la zona genital. Visto con ojos de 2012 recordamos que esta parte de la anatomía masculina continúa siendo tabú en nuestras pantallas, en parte por el pudor algo machista de los actores que se avergüenzan del tamaño si no es el deseado, pero es la industria que no desea perder el público familiar quien más presiona para que en pantalla no se vea más carne que la permitida por un estricto código invisible.
Esta oleada de neopuritanismo ha barrido todo atisbo de erotismo por considerarlo poco adecuado para el público que, como es sabido, somos todos.
En Las mil y una noches, estábamos en una etapa más rebelde de la historia, importaba mucho la transgresión y el derribe de tabús ético-morales. De ahí la exhibición de cuerpos masculinos y femeninos. Pero el paso del tiempo ha jugado una mala pasada a la trilogía porque sin estos planos exhibicionistas la película sería plana, un desierto carente de valor.
Pasolini quiere mostrar las alegrías de vivir de ciertas gentes, en este caso los pueblos musulmanes presentados como si fueran libertinos cuando la prensa desdice cotidianamente esta afirmación. El mundo musulmán es muy estricto en este terreno llegando a unos extremos intolerables.
Lo mejor de la película es la planificación de Pasolini, sus bellas imágenes y la dirección artística mostrando bellos palacios en el desierto. No es un título desagrable, se ve con simpatía, pero los errores cinematográficos son grandes y reiterados.

Salvador Sáinz