POPEYE (1980)


POPEYE. Título original: Popeye. Año: 1980. País: Estados Unidos. Director: Robert Altman. Reparto: Robin Williams (Popeye), Shelley Duvall (Olive Oyl), Ray Walston (Poopdeck Pappy), Paul Dooley (Wimpy), Paul L. Smith (Bluto), Richard Libertini (Geezil), Donald Moffat (The Taxman), MacIntyre Dixon (Cole Oyl), Roberta Maxwell (Nana Oyl), Donovan Scott (Castor Oyl), Allan F. Nicholls (Rough House), Wesley Ivan Hurt (Swee'pea). Guión: Jules Feiffer (Cómic: Elzie Crisler Segar). Música: Harry Nilsson. Fotografía: Giuseppe Rotunno. Paramount Pictures / Walt Disney Productions. Duración: 114 minutos. Comedia | Cómic


Elzie Crisler Segar creó a Popeye en 1929, apareciendo en las tiras cómicas de los periódicos de la época. Del comic pasó al cine con los geniales cortos de Max Fleischer aunque la Paramount acabara por arrebatarle el personaje y los estudios continuando la serie la Famous Studios, filial de la mentada productora, al igual que hiciera con los cortos sobre Superman.
A pesar de haber pasado por diversas manos el personaje de Popeye y su peculiar microcosmos se han convertido en todo un referente en la historia de la animación. Cuando la Paramount y la Disney unieron fuerzas a finales de los setenta para rodar esta película mucha gente se llevó las manos a la cabeza.
Son comics y dibujos de personalidad muy acusada de las que el público ya tiene una imagen predeterminada que al convertirlo en imagen real puede jugar en su contra y así fue.
La Disney además contrató a Robert Altman, un director solvente pero de un estilo radicalmente distinto al de las aventuras del popular marino.
A pesar de los esfuerzos del debutante Robin Williams (Popeye) y de la gentil Shelley Duvall (Rosario/Olivia) el fracaso en taquilla fue monumental. Su mayor problema es que es una película de escasa gracia, los personajes muy planos y las situaciones exageradas. Situaciones que en comic pueden funcionar, pero no en un largometraje de imagen real.
Cuando se lleva un comic a la gran pantalla se acostumbra a rodar películas desaforadas, situaciones estrafalarias, cayendo en el ridículo.
En manos de un Richard Lester probablemente habría funcionado, pero no en las de Altman que tal vez despreció el material que tenía entre manos resolviéndole como un encargo alimenticio, nada más. La clásica película rodada para pagar facturas pero en las que no hay amor al cinematógrafo. Da la impresión de lo que vemos en pantalla no va con él. Un director de prestigio saneando su economía en espera de rodar otras cintas más personales.
Es lástima, pero así funcionan las cosas no sólo en Hollywood sino en el resto del mundo.

Salvador Sáinz