LOS BATELEROS DEL VOLGA (1926)

El Canto de los remeros del Volga es una muy conocida canción rusa tomada por Mily Balakirev, y publicada en su libro de canciones tradicionales. Es una genuina canción de tiradores de barcos. Balakirev publicó sólo uno de sus versos (el primero). Los otros dos versos fueron agregados después. La canción fue inspirada en la famosa pintura de Repin, Burlaks en el Volga, describiendo el sufrimiento de la gente en lo profundo de la miseria en el Imperio ruso.


Los bateleros del Volga. Título original: The Volga Boatman. Director: Cecil B. DeMille. Guión: Konrad Bercovici, Lenore J. Coffee. Reparto: William Boyd, Elinor Fair, Victor Varconi, Robert Edeson, Julia Faye, Theodore Kosloff, Arthur Rankin. Año:1926. Duración: 120 min. País: Estados Unidos. Fotografía: J. Peverell Marley, Arthur C. Miller, Fred Westerberg. Productora: DeMille Pictures Corporation. Género: Drama. Romance | Cine mudo. Revolución Rusa

Los bateleros del Volga es el título de una pintura famosa y de una canción que habremos oído millares de veces, también de una película muda del grande entre los grandes Cecil B. DeMille. A pesar de su fama de cineasta bíblico, sólo una pequeña parte de su filmografía, DeMille tocó otros géneros distintos, sobresaliendo especialmente en la épica.
Aquí nos encontramos un DeMille distinto, distinto porque abarca un género de índole social como fue la Revolución Soviética de 1917 sin presentar a los revolucionarios como unos bellacos salteadores de caminos. Claro está que en 1926 no se sabía gran cosa de la misma,  Stalin llevaba dos años en el poder y sus atrocidades eran desconocidas.
La Revolución Rusa en aquel tiempo se veía con esperanza, como la posibilidad de construir un mundo mejor sin clases donde las injusticias serian abolidas para siempre.
De ahí el estilo algo ingenuo de esta película, por otra parte excelente. Los rusos blancos aparecen como déspotas, abusadores y tiránicos, mientras que los soviéticos aparecen como unos bárbaros sin civilizar movidos por el resentimiento y la envidia.
En medio de este caos los dos protagonistas viven su historia de amor en la que se jugarán la piel para salir adelante.
DeMille trata la revolución con mucho guante blanco, la guerra fría estaba aún lejana, y, cómo no, algunas de sus obsesiones eróticas en las que era un maestro.
Tenemos dos ejemplos, el primero cuando los oficiales blancos desnudan a la princesa protagonista ignorando su verdadera identidad. DeMille no nos enseña nada, ni un muslo. Todo lo vemos a través de la mirada lasciva de los oficiales imaginándonos  la desnudez y el ultraje de la muchacha.
El otro ejemplo es cuando los revolucionarios se vengan obligando a los aristócratas y a sus esposas con vestidos rasgados a remolcar su barco río arriba, escena filmada como si fuera un sueño erótico. La visión de esos sofisticados cuerpos semidesnudos a la luz de la luna, arrastrando la gabarra repleta de bolcheviques borrachos se distingue por su onirismo sensual.
DeMille aún no era excesivamente famoso en aquel tiempo pero ya era evidente que nos encontramos ante un gran maestro de la narrativa, de la puesta en situación y del onirismo de sus imágenes, dotado para el suspenso como queda patente en la larga secuencia de la espera para ejecutar a la princesa contando cada segundo con verdadera ansiedad.

Salvador Sáinz