EL DANUBIO ROJO (1949)


El Danubio rojo. Título original: The Red Danube. Año: 1949. País: Estados Unidos. Director: George Sidney. Intérpretes: Walter Pidgeon (Col. Michael "Hooky" Nicobar), Ethel Barrymore (Madre superiora), Peter Lawford (Major John "Twingo" McPhimister), Angela Lansbury (Audrey Quail), Janet Leigh (Maria Buhlen ó Olga Alexandrova), Louis Calhern (Col. Piniev), Francis L. Sullivan (Col. Humphrey "Blinker" Omicron), Melville Cooper (Private David Moonlight), Robert Coote (Brigadier C. M. V. Catlock), Alan Napier (General), Roman Toporow (Maxim Omansky), Kasia Orzazewski (hermana Kasimira), Janine Perreau ("Mickey Mouse", la niña de Viena). Guión: Gina Kaus, Arthur Wimperis (Novela: Bruce Marshall). Música: Miklós Rózsa. Fotografía: Charles Rosher (B&W). Productora: Metro-Goldwyn-Mayer. Duración: 119 min. Género: Drama | Guerra Fría

El Danubio Rojo entra dentro de lo que podríamos llamar la guerra fría, debemos situarnos en su época. La ideología comunista había arraigado notablemente en sectores intelectuales y literarios, artísticos y cinematográficos y se había aceptado de forma acrítica. Muchos críticos de cine se alienaron con las ideas de Marx y Lenin por lo que acabaron por convertirse en ilegibles. En Estados Unidos la gran influencia en los medios del pensamiento izquierdista intentó ser neutralizada mediante el maccarthismo, es decir la caza de brujas. Muchos intelectuales fueron a la cárcel o perdieron sus empleos por haber militado en el partido comunista. La cosa no era nueva. Cazas de brujas ha habido muchas durante el siglo XX todas ellas de diferentes signos. La Unión Soviética persiguió a los trotskistas cuando ascendió al poder el “camarada” Stalin, aunque sus métodos fueron aún más duros que los estadounidenses porque llegaron a privar de la vida a quienes les estorbaba.
Occidente fue muy condescendiente con los errores de los regímenes marxistas e implacable con los de países capitalistas como España y Estados Unidos. La falta de rigor ideológico provocó a la larga el fracaso del comunismo y la aparición de una población anestesiada en las últimas décadas hasta llegar a la actual crisis de valores, ideológicas y económicas.
La película que nos ocupa no fue de las más exitosas de Sidney porque en cierto modo no era lo suyo. La Metro se subió al carro del anticomunismo más por cuestiones diplomáticas que artísticas. Por eso a veces la dirección del autor de Las chicas de Harvey se ve algo perdida pero su oficio se impone de forma contundente con unas imágenes de gran impacto visual. Aquel tren lleno de refugiados que los soviéticos desechan porque no les son útiles, hacinados durante días sin luz, sucios y hambrientos, hasta que escuchan unas campanas de una iglesia cercana y exclaman “¡Hoy es Navidad!” y se ponen a cantar villancicos. Este es un momento vibrante, impactante, que sobresale del resto de la película. Aquellos momentos con planos de refugiados que los soviéticos repatrían en contra de su voluntad en camiones con la ayuda cómplice y cobarde de los británicos.
Lo mejor es pues la autocrítica de los aliados que cerraron los ojos ante una injusticia flagrante que transcurría ante sus propias narices demostrando falta de solidaridad y de humanidad. Esta ese chovinismo anglosajón que no comprende otras culturas, como se demuestra en las escenas iniciales en Roma. Sidney ironiza sobre la postura italiana contra Mussolini, al que todos escupen pero al que obedecieron años atrás. Pero no se comprende a las gentes que acuden a la Plaza de San Pedro en El Vaticano. Se apunta un detalle de pérdida de fe y de búsqueda por parte del personaje central, Walter Pidgeon. Los actores están todos brillantes, son de gran solvencia artística y nos quedamos con la dulce mirada de la jovencísima Janet Leigh, una de las actrices más habituales en las películas de George Sidney.   

Salvador Sáinz


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