EL GATOPARDO (1963)


EL GATOPARDO. Título original: Il gattopardo. Año: 1963. País: Italia-Francia. Dirección: Luchino Visconti. Reparto: Burt Lancaster (príncipe Don Fabrizio Salina), Claudia Cardinale (Angelica Sedara / Bertiana), Alain Delon (Tancredo Falconeri), Paolo Stoppa (Don Calogero Sedara), Rina Morelli (princesa Maria Stella Salina), Romolo Valli (padre Pirrone), Terence Hill (conde Cavriaghi), Pierre Clémenti (Francesco Paolo), Lucilla Morlacchi, Giuliano Gemma, Ida Galli, Ottavia Piccolo, Rina De Liguoro (Princesa de Presicce). Guión: Suso Cecchi d'Amico, Pasquale Festa Campanile, Enrico Medioli, Massimo Franciosa, Luchino Visconti, según la novela de Giuseppe Tomasi Di Lampedusa. Montaje: Mario Serandrei. Música: Nino Rota. Fotografía: G. Rotunno. Decorados: L. Hercolani, Giorgio Pes. Vestuario: Piero Tosi. Diseño de producción: Mario Garbuglia. Producción: Goffredo Lombardo, Pietro Notarianni. Duración: 205 min. Drama | Siglo XIX. Histórico

Cuando Luchino Visconti estrenó Muerte en Venecia muchos críticos consideraron que esta película era la mejor de la Historia del Cine, otros consideramos que la auténtica obra maestra del realizador italiano es precisamente El Gatopardo. No voy a ser tan categórico pero si hiciera un listado de las diez mejores películas jamás rodadas desde que se inventó el cinematógrafo hasta la actualidad sí incluiría la presente.  
El Gatopardo es una obra muy rica. Cada vez que la visiono descubro nuevos matices e incluso me parece una obra viva, moderna, a la que no le afecta el paso del tiempo. Fue la mejor interpretación de Burt Lancaster, hasta entonces un actor despreciado por la crítica por considerarlo protagonista de películas banales, y también las de Claudia Cardinale y Alain Delon. Jamás brillaron a semejante altura durante el resto de sus carreras componiendo personajes ricos en matices.
Visconti muestra un mundo en decadencia, el de la aristocracia siciliana que vive en grandes palacios con habitaciones vacías y abandonadas en las que nunca han estado, una sociedad inútil, parasitaria, que se autodestruye con su endogamia porque sólo puede desposarse con gente de su “elevada clase” produciendo hijos cada vez más enfermizos. En la estupenda secuencia del baile donde se reúne la nobleza Visconti nos muestra un plano con todas las jovencitas cotilleando, son seres horrendos que el lúcido príncipe de Salinas compara con una jaula de macacos en el zoo.
Gentes que nunca salen de su palacio salvo para reunirse en estos festejos, llevan una vida vegetativa dedicada a la oración. La esposa del príncipe se santigua cada vez que tiene un leve contacto físico con él como si el menor roce fuera una invitación a las tentaciones satánicas y para desahogarse el noble debe recurrir al sexo mercenario de una prostituta.
En aquel ambiente enfermizo y senil la irrupción del personaje de Claudia Cardinale, una plebeya que ha enamorado al sobrino del príncipe (Alain Delón) es como una bocanada de aire fresco. Su risa abierta, franca, sincera es para ellos una provocación porque no saben siquiera lo que es reír.
Pero la película no acaba ahí. Visconti muestra un mundo encerrado en sí mismo. El personaje de Don Calogero Sedara (Paolo Stoppa) representa la burguesía emergente que aspira a sustituir a la nobleza como clase dominante. Un ser así mismo cerrado en sí mismo con una esposa bellísima que va cada día a misa de cinco de la madrugada para que nadie la pueda ver.
Visconti centra su discurso en dos puntos esenciales. Primero en el de “algo ha de cambiar para que todo quede igual”, un discurso que recuerda al de otros lares en otras épocas como la Transición política en España que fue una auténtica estafa y la que nos están preparando en tierras catalanas con la probable secesión que aparece muy oportunamente cuando las calles se llenan de protestas de los ciudadanos exigiendo un cambio de sistema económico porque el actual está ya obsoleto.
Dos épocas como la garibaldina en que en los respectivos países corrían vientos de revolución que hubiera puesto al revés los cimientos de ambas sociedades. Los cambios aparecen precisamente para frenar precisamente este proceso revolucionario. En El gatopardo tenemos el personaje de Alain Delon, el sobrino del príncipe, presentado como un auténtico oportunista robacorazones. Siempre sonriente y jovial se apunta primero a las camisas rojas de Garibaldi y una vez conseguido el oportuno cambio las desprecia para ingresar en el ejército regular para hacer carrera.
El seductor que se apunta al sol que más calienta, por el que suspira la desdichada hija del príncipe, su prima, dejando pasar todas las oportunidades de ser feliz despreciando a los posibles candidatos a desposarse con ella y se limita a dejar pasar la vida encerrada en su palacio de suspiro en suspiro.
El plebiscito que legitima el cambio de sistema, es decir de una Italia dividida en pequeños microestados hasta convertirse en un Estado Nación, es un fraude. Quien ha votado no descubre que su voto es computado como un sí. El propio príncipe justifica la manipulación porque este cambio es útil para no acabar en la anarquía y en una revolución más radical. Curiosamente en la actual Cataluña nos encontramos con un procedimiento adverso, una secesión oportuna, deshacer un estado unitario para evitar una revolución que podría acabar con el sistema capitalista cuyo poder camaleónico es evidente.
Otro punto en el que Visconti centra su discurso es el chovinismo de una tierra agreste, inhóspita, orgullosa que se cree la sal de la tierra, su egocentrismo les ciega creyéndose perfecta y por ese motivo nunca cambia porque nada hay que cambiar y sigue siempre siendo la misma reproduciendo una y otra vez sus mismos errores.
La conclusión de la película es contundente, el príncipe de Salinas descubre ante el espejo que le devuelve su imagen la descarnada realidad de que su clase social está llegando a su fin. Esa reunión de momias esperpénticas cerradas en su presunta superioridad producen auténtica conmiseración, una clase sin futuro que en realidad no sirve para nada.

Salvador Sáinz


PREMIOS
1963: Festival de Cannes: Palma de Oro
1962: Premios David di Donatello: Mejor producción