CUATRO PERSONAS ASUSTADAS (1934)


CUATRO PERSONAS ASUSTADAS. Título original: Four Frightened People.Año: 1934. País: Estados Unidos. Director: Cecil B. DeMille. Reparto: Claudette Colbert (Judy Jones), Herbert Marshall (Arnold Ainger), Mary Boland (Mrs. Mardick), William Gargan (Stewart Corder), Leo Carrillo (Montague), Nella Walker (Mrs. Ainger), Tetsu Komai (jefe nativo), Chris-Pin Martin (barquero nativo), Joe De La Cruz (nativo), Minoru Nishida (nativo), Teru Shimada (nativo), E.R. Jinedas (nativo), Delmar Costello (Sakais), Ethel Griffies (madre de Ainger). Guión: Lenore J. Coffee, Bartlett Cormack (Novela: E. Arnot Robertson). Música: Karl Hajos, John Leipold, Milan Roder, Heinz Roemheld. Fotografía: Karl Struss. Paramount Pictures. Duración: 95 minutos.Aventuras. Drama

Cuatro personas asustadas es un trabajo menor de Cecil B.DeMille aunque no por ello desprovisto de interés. Cuatro personas de raza blanca se ven perdidos en una jungla malaya huyendo de las mortíferas epidemias.
Esta huida provocará una fuerte evolución en sus vidas. El periodista endiosado se hundirá, la acomplejada maestra se soltará el pelo y se convertirá en una mujer deseada y muy deseable, gran papel para Claudette Colbert.
La película tiene una factura muy modesta, ni siquiera parece que es un DeMille acostumbrado a grandes producciones  con grandes figuras pero aún así sabe sacar partido de sus recursos y de darle ese toque erótico, mostrar la sensualidad de una mujer considerada invisible, insignificante y del personaje de Herbert Marshall que vivirá una evolución similar.
Es decir, la aventura saca de cada cual lo mejor de sí mismo y los transforma de seres dóciles y adocenados a personas con voluntad propia endureciendo sus respectivos caracteres mientras que el personaje más prepotente, el periodista, se hundirá en su propia mediocridad.
Claudette Colbert borda su personaje y sabe transmitir esa sensualidad oculta que termina por ver la luz, los complejos de la vida cotidiana queda atrás y emerge un ser más completo, autosuficiente y que descubre por el fin el autorespecto que estaba dormido.

Salvador Sáinz