MUERTE EN VENECIA (1971)

MUERTE EN VENECIA. Título original: Morte a Venezia. Año: 1971. País: Italia. Director: Luchino Visconti. Reparto: Dirk Bogarde (Gustav von Aschenbach), Mark Burns (Alfred), Marisa Berenson (Frau von Aschenbach), Björn Andrésen (Tadzio), Silvana Mangano (madre de Tadzio), Romolo Valli (director del hotel), Nora Ricci (gobernanta), Franco Fabrizi (Barbero), Carole André (Esmeralda la prostituta). Guión: Luchino Visconti, Nicola Badalucco (Novela: Thomas Mann). Música: Gustav Mahler. Fotografía: Pasqualino De Santis. Alta Cinematografica. Duración: 127 minutos. Drama. Años 1910-1919. Homosexualidad. Pandemias. Película de culto

Muerte en Venecia es una película sobre la fascinación por la belleza. Un músico fracasado, el compositor Gustav von Aschenbach (Dirk Bogarde), ya enfermo, realiza un viaje a la bellísima ciudad italiana Venecia en busca de un clima mejor. En el lujoso hotel donde está hospedado conoce a un bello joven, Tadzio (Björn Andresen) de quien se enamora.
Sin embargo este amor no es material, es únicamente platónico. Tadzio es un adolescente, apenas le emos hablar sino únicamente pasear, correr, sentarse mientras es espiado por Aschenbach que se rinde ante su belleza pero es incapaz de manifestarla.
En varios recuerdos conocemos sus teorías artísticas que desembocan en un sonoro fracaso. Luchino Visconti retrata la aristocracia de finales del siglo XIX con inusual minuciosidad. La ambientación es perfecta, enclavada en una ciudad presa de una enfermedad peligrosa, el tifus, que las autoridades y la población oculta a los visitantes por motivaciones económicas.
Visconti denuncia la falsedad de la amabilidad interesada. Un entorno que parece ser gentil pero que esconde una terrible realidad. El cantante burlón que se mofa de los estirados clientes del no menos estirado hotel con una canción estrambótica en cierto modo define esa esencia de una sociedad que oculta sus miserias maquilladas con forzadas sonrisas y ademanes gentiles.
Muerte en Venecia es una película sobre la fascinación de la belleza, pero también sobre la hipocresía de la falsa amabilidad. La ciudad de los canales y las góndolas aparece más bella que nunca, aunque ya es habitual en Visconti, recordemos Senso, adorador de lo sublime pero un sutil crítico de su tiempo, de una clase social, la suya, que experimenta un duro declive motivada por su inutilidad.
En su estreno este título fue aclamado como la mejor película de su filmografía, incluso de la Historia del Cine (Fernando Lara en la fenecida revista Triunfo), sin embargo yo sigo prefiriendo El Gatopardo como la obra maestra absoluta de Luchino Visconti por su reflexión certera del declive y del chovinismo de una tierra pobre y miserable.
Björn Andresen se convirtió en un icono gay, una imagen que le persiguió largo tiempo y que se esforzó en superar. Ejemplo de la belleza perfecta y del amor entre hombres, se convirtió en un Peter Pan del cine, la imagen del hombre que no crece jamás a pesar del paso de los tiempos.
En la actualidad, aunque el buen cine no está de moda, la película de Visconti conserva todo su poder de fascinación con esa música de Gustav Mahler que ilustra ese poema sobre la muerte, el fracaso artístico y sentimental de Aschenbach (su matrimonio se hundió y su hija ha fallecido) que con el alma rota deambula por las calles de una ciudad hermosa pero enferma. El amor platónico homosexual que refleja en cierto modo el sentimiento del propio Visconti, aristócrata marxista y gay ya entrado en años cuya carrera entraba en la recta final de su vida.

En cierto modo es un testamento aunque le quedara fuerzas para rodar Luis II de Baviera y dos obras menores posteriores. Es como un canto a un cine en vías de extinción, un cine inquieto tanto en su temática como en su estética. Un cine de autor perdido por el túnel del tiempo y la alienación mental. Un cine personal y único.

Salvador Sáinz