EROTISMO SOVIÉTICO

El día 7 de noviembre de 1917 Vladímir Ilich Lenin (en ruso: Владимир Ильич Ленин) y sus bolcheviques arrestó al Gobierno Provisional ruso que había derrocado a los zares en febrero del mismo año, implantando la llamada dictadura del proletariado, y el día 30 de diciembre de 1922 creó un nuevo estado cuya influencia iba a ser decisiva a lo largo del siglo XX: la Unión Soviética.
Naturalmente el PCUS (partido comunista de la Unión Soviética) se hizo con todo el poder y el cine no iba a ser una excepción. El día 27 de agosto de 1919, Lenin, ya presidente del soviet de los Comisarios del Pueblo firmó un decreto nacionalizando la cinematografía, por lo cual, al abolirse la propiedad privada, fue el Comisariado del Pueblo para la Instrucción quien a partir de entonces se hizo cargo de la producción poniéndola al servicio de los intereses del partido.

Al ser un cine producido por el Estado, se producía un caso de doble censura: la ideológica y la económica. Es decir, sólo se producían aquellos filmes que sirvieran exclusivamente a los intereses del PCUS y todos los cineastas disidentes se veían completamente asfixiados económicamente si no se avenían a razones y no aceptaban la nueva realidad.
Un reciente estudio de Vitali Chentalinski, La parole ressuscitée - Dans les archives du KGB, denuncia la persecución de los intelectuales rusos en la época de Stalin. Según Chentalinski, 2.000 autores fueron encarcelados y de ellos 1.500 fueron asesinados en las prisiones o en los gulags soviéticos. Toda esa bárbara persecución ha sido silenciada por los intelectuales izquierdistas en Occidente empeñados en convencernos de que la Unión Soviética era el Paraíso Terrenal.

En las películas de la URSS se hablaba primero de héroes colectivos y después, en la época de Stalin, de héroes individuales (soviéticos, por supuesto), los cuales eran de una castidad inusitada. Esos pulcros caballeros apenas tenían vida sentimental, y mucho menos sexual. Fijémonos sino en los films de Eisenstein rodados en esta época, ni en Alejandro Nevsky (Aleksandr Nevskij, 1937-1938) ni en las dos partes de Iván el terrible (Ivan Gorznij, 1943-1945) las escenas de amor son explícitas. Al parecer todos los amores eran platónicos en la nueva Rusia, la pasión y el desenfreno quedaba para la Rusia zarista ya periclitada.
Estaban prohibidos los desnudos, los besos apasionados e incluso los filmes extranjeros proyectados en el Festival de Moscú eran masacrados por las tijeras de la censura soviética. Empero, las autoridades se proyectaban en privado aquellos títulos de fuerte carga erótica para su solaz esparcimiento, prohibiendo cualquier expresión de cine lúdico a los ciudadanos bajo su dominio.
En honor de Serguei M. Eisenstein, cineasta digno de mi admiración y simpatía, debo destacar aquí su abortado (y manipulado) ¡Que viva Méjico! (1932) con bellos desnudos de mujeres indias, evidenciando una búsqueda de la sensualidad que en el contexto de su paí le había sido prohibido. Lamentablemente Hollywood fue incapaz de utilizar su innegable talento.
Había empero, en la extinta Unión Soviética, algunas excepciones, aunque muy escasas. En El primer maestro (Pervij ucitel, 1965) de Andrei Mikhalkov-Kontchalovsky, film de propaganda sobre la construcción del socialismo en la Kirghizia de los años 20, el realizador consiguió colar un primer plano de la bella Natalia Arinbassarova bañándose desnuda bajo un torrente, algo completamente inusitado en tan casto imperio.


Moscú no cree en las lágrimas (Moskva aliezam ne verit, 1980) de Vladimir Menshov, Oscar de Hollywood a la mejor película extranjera, es un intento de salirse del asfixiante entorno socialista. Tres chicas comparten apartamento en Moscú: Antonina (Raisa Riazanova), Ludmila (Irina Muraviova) y Katerina (Vera Alentova). Las tres fracasan en sus objetivos, Katerina conoce a un joven de la que se enamora y que la deja embarazada. Años después es nombrada directora de una fábrica, viviendo con su hija Alexandra (Natalia Vavilova), conociendo a otro hombre, Gosha (Alexei Batalov) con quien iniciará nuevas relaciones…
Veintidós años de vida moscovita vista con un prisma de buen humor, dosis de sano erotismo y excelentes intérpretes.

Natalia Arinbassarova (El primer maestro)

Moscú no cree en las lágrimas

Por aquella época aparecieron películas de corte similar como Damy priglashayut kavalerov (T.L.: Las damas invitan a los caballeros) de Ivan Kiasasvhvili, aventuras sentimentales y occidentalizadas de una muchacha libre e independiente, que conoce a varios hombres, pero que no piensa en el matrimonio, interpretada por una actriz muy popular, Marina Nejolova; Ruki vverkh! (T.L.: Manos arriba) de Vladimir Grammatikov, una fábula del tipo James Bond; Vam i ne snilos (Ni siquiera lo habéis soñado) de Jlija Frez, una historia de amor entre adolescentes cuyos respectivos padres también estuvieron enamorados en su juventud.
Las películas prohibidas eran proyectados en datchas, cine-clubs clandestinos, y esas sesiones golfas tenían el nombre de klubnitschka (fresas). Era la resistencia cinéfila contra el opresor comunista.
Finalmente Stalin murió en 1953, su sucesor Nikita Jrushchov (1894-1971), más pragmático que su antecesor, condenó en el 20º Congreso del PCUS (1956) los crímenes de aquel, iniciándose una etapa mucho más blanda que la anterior y una cierta liberalización en la cinematografía. Pero no fue hasta la llegada de Mijail Gorbachov al poder en 1986 que los cambios políticos y culturales comenzaban a ser mucho má s obvios.
Con la llegada del vídeo se acrecentaron los pases clandestinos de copias piratas. Así , los cinéfilos rusos conocieron a Kim Basinger en Nueve semanas y media, o a las nuevas musas del (buen) cine americano. El pueblo exigía libertad. Había llegado una nueva etapa en la agonizante Unión Soviética, había llegado por fin el deshielo.

EL DESHIELO

En 1988 La pequeña Vera de Vasili Pichuli fue todo un acontecimiento en el amuermado panorama cinematográfico de la URSS, no sólo porque este título contenían las primeras escenas de sexo explícito que aparecieron en las castísimas pantallas bolcheviques, sino porque es el retrato más duro y má s cruel del estado nacido de la Revolución de Octubre. Estábamos lejos ya de las epopeyas marxistas del primer Serguei M. Eisenstein y, sobretodo, de Octubre su apología del golpismo. Vientos nuevos se respiraban en Moscú, la sociedad marxista estaba ya al borde del colapso y sólo los papanatas más recalcitrantes se aferraban a su pasada gloria para justificar sus simpatías por el llamado sistema de economía planificada.



El film de Vasili Pichul tiene fuerza, mucha fuerza con un estilo neorrealista y a ratos documental, gracias al cual conocemos las formas de vida de aquel desaparecido país. El dramatismo es desgarrador y sincero. La pequeña Vera es una rebelde con causa. Harta de los convencionalismos del mundo comunista se tiñe el pelo a lo punk, lleva minifalda y utiliza un lenguaje directo, incluso obsceno, se enfrenta a la autoridad de sus padres y también al machismo recalcitrante de sus compañeros de escuela.
Realizado en plena perestroika, este film es un relato sin esperanza con unos jóvenes cuyo único futuro es la obediencia a un Estado todopoderoso que, afortunadamente, se hundió algún tiempo después víctima de sus propias contradicciones.
Mención especial nos merece Natalya Negoda, excelente actriz rusa pionera en el campo del desnudo en la ya extinta Unión Soviética cuyo estilo inició una moda que hizo temblar los cimientos del Kremlin. Si existen personajes que quedará n marcados para siempre en nuestra memoria colectiva, esta bella joven rusa, que fue testigo lúcido de una generación en descomposición, ocupará sin duda un merecido lugar de honor.
Posteriormente, Natalya Negoda se vino para Occidente para rodar Icons (1991) de Deran Sarafian, con Frank Whaley y Roman Polanski. Antes, en 1990, intervino desde Moscú junto a Jack Lemmon, en la Gala Anual de entrega de los Oscars de Hollywood.

En el mismo año, otro film insólito, Gorod Zero (Ciudad cero, 1988) de Karen Shakhnazarov, un funcionario (Oleg Shaknazarov) viaja hacia una ciudad donde tendrá experiencias sorprendentes que reflejan, mediante el absurdo kafkiano, la sinrazón del sistema. Una línea que anteriormente cineastas checoeslovacos y polacos ya habían seguido con buena fortuna. Entre los descubrimientos del estupefacto funcionario aparece una secretaria desnuda y un club de aficionados al rock and roll, género musical prohibido en la URSS desde su creación por ser considerado perverso y aberrante por los ideólogos bolcheviques.

Más tristona fue Farewell, street urchins (1989) de Aleksander Pankratov, cuya protagonista Larissa Borodina obtuvo el premio a la mejor actriz en la III Semana Internacional de Cinéma de Barcelona en julio de 1989. Este film, caracterizado por su enorme tristeza y melancolía, lo que le hace difícilmente soportable, es una historia de seres marginados, de bandas callejeras, donde en un par de escenas íntimas comprobamos que la mencionada intérprete no tiene nada que envidiar a Natalya Negoda.
El entonces director del Instituto de Cinematografía y de las Artes Audovisuales, Fernando Méndez Leite, en una conferencia dada en el Certamen de Barcelona, se lamentaba de la penetración del cine americano en la Unión Soviética y, sobretodo, del gran éxito que obtenían allí los antiguos westerns de John Wayne y compañía.

Después de ver el film de Pankratov no nos puede extrañar, si la Revolución de Octubre ha dado como resultado una sociedad tan lamentable como la reflejada en Farewell, street urchins (TL.: Adiós, muchachos de la calle), los bolcheviques ya se la podrían haber ahorrado.
Significativamente, dos años después cayó el comunismo, la Unión Soviética se desintegró y la vieja Rusia renació de sus cenizas aunque con una fuerte crisis económica. El pueblo ruso estaba arruinado, pero por fin, después de una férrea opresión económica e ideológica que había durado cerca de tres cuartos de siglo, era libre.

A finales de 1991 el Centro de Cine y Video Moskva organizó el primer festival de cine erótico en la extinta Unión Soviética. Según Rasim Darguiakh-Zade, su director: "en un país en el que no hay pan, es bueno que por lo menos haya juegos".
Era una ruptura con 70 años de absurdos tabúes sexuales, de una religión sin dios, que ha intentado monopolizar las ideologías progresistas de todo el mundo reprimiendo la disidencia. Los nuevos cineastas rusos, libres ya de sus opresores, se lanzaron al mercado con unas nuevas producciones donde el sexo tenía la importancia que corresponde: Spasi i sokhrani (Madame Bovary, 1989) de Aleksandr Sokurov, Satán (1991) de Alexandre Aristov y El otoño (1991) de Andre Smirnov.

Taxi blues (Taxi blues, 1990) de Pavel Lounguine es un duro film, en la línea de Taxi Driver de Martin Scorsese, que demuestra la putrefacción del difunto sistema soviético. Piotr Mamonov y Elena Saphonova ruedan secuencias de sexo explícito, con un trasfondo de seres marginados, música de jazz, drogas, noche. El cambio de una sociedad que intenta recuperar el tiempo perdido, y una crí tica muy dura a un mundo cerril, asfixiante y estancado en una ideología obsoleta que el tiempo ha terminado por erradicar.

MARIYA-VINOGRADOVA

ANASTASIA CHERNOBROVINA