LA REINA VIKINGA (1967)


LA REINA VIKINGA. Título original: The Viking Queen. Año 1967. País: Reino Unido. Director: Don Chaffey. Intérpretes. Don Murray (Justinian), Carita (Salina), Donald Houston (Maelgan), Andrew Keir (Octavio), Adrienne Corri (Beatriz), Niall MacGinnis (Tiberio), Wilfrid Lawson (Rey Priamo), Nicola Pagett (Talia), Percy Herbert (Catus), Patrick Troughton (Tristram), Sean Caffrey (Fergus), Denis Shaw (Osiris, Philip O'Flynn (Mercader), Brendan Matthews (Nigel), Gerry Alexander (Fabian). Guión: larke Reynolds (Argumento: John Temple-Smith). Música: Gary Hughes. Fotografía: Stephen Dade. Hammer Film Productions / Seven Arts Productions. Duración: 91 minutos. Aventuras. Acción

Carita Järvinen es una modelo finlandesa, nacida en el año 1943, cuando las profesionales de este sector eran mujeres realmente bellas y no las esqueléticas hembras con las que nos torturan los caciques de la moda del presente. Carita, eso sí, era una mujer muy hermosa pero no buena actriz. Rodó un par de películas y lo dejó correr, no era lo suyo e inteligentemente hizo mutis por el foro.
La película que protagonizó para la Hammer, especializada en sacar mujeres impresionantes, es La reina vikinga cuyo título es sorprendente. El pueblo que aparece en la película es el iceno y el vikingo, no tienen nada que ver uno con el otro. Los icenos o eceni fueron una tribu britana que habitó un área de Inglaterra que correspondería más o menos a lo que hoy es el condado de Norfolk, entre los siglos I a. C. y el I d. C.
La película ambientada en el imperio de Nerón cuenta de forma legendaria la profecía de una reina vikinga (?) que liberará al pueblo iceno del yugo romano. La historia está vagamente inspirado en Boudica que sí existió realmente en aquella época y que fue una mujer mucho más brava que la que aparece en este filme rodado por la Hammer.
El antecesor de Nerón, el emperador Claudio, se enfrentó a Carataco (Caratacus) el caudillo de los catuvellani, hijo del rey Cunobelinus, y principal líder de la resistencia contra la invasión romana de Britania, que habitaban el actual País de Gales. Al norte, en las Tierras Altas de Escocia los pictos eran irreductibles pero ya hablaremos de ellos en los comentarios sobre Centurión (2010),  centrándonos de nuevo en los icenos y su reina Boudica, que aparece aquí con el nombre cambiado en una visión suave y blanda.
La película de Don Chaffey, artesano típico del cine inglés (Jasón y los argonautas, Las tres vidas de Tomasina, Hace un millón de años, Criaturas de un mundo olvidado, etc.) tiene su encanto y también sus deficiencias. La dirección artística, los decorados, la fotografía y el vestuario están muy bien logrados. Es decir que desde un punto de vista formal la película es atractiva, su dirección es correcta. Desde el punto de vista argumental, de guión, es demasiado blanda.
La estética de los péplums de los últimos años deja mucho que desear, los actores parece que están en un baile de carnaval con vestidos propios de una productora puritana en la que los actores aparecen tapados hasta el cuello, mientras que el péplum clásico son mucho más sexys. Es decir, los soldados romanos y los guerreros icenos aparecen con sus minitúnicas con las piernas al aire, incluyendo las amazonas icenas. Nunca he entendido la moda de la presente década que está siendo muy fastidiosa.
La película está muy bien contada, es atractiva, pero como he apuntado más arriba es blanda. Boudica era una mujer muy dura, muy cruel, pero la Hammer prefirió centrarse en un público familiar y además se gastó poco dinero en su financiación. De hecho la popular productora líder en el cine fantástico se dedicó preferentemente a la serie B. Al igual que la Universal, todas las clásicas películas del género fantástico tenían presupuestos muy ajustados y planes de rodaje precipitados.
No estamos ante ninguna superproducción de Samuel Bronston, todo es muy sencillo pero a pesar de todo se impone la profesionalidad de Don Chaffey y el elenco de la Hammer, rostros muy habituales del cine inglés de la época, que salvan la película sin despeinarse convirtiéndola en un espectáculo entrañable.

Salvador Sáinz